jueves, 14 de agosto de 2014

Gustos random #Peluches

¡Hola! Hoy quisiera compartir con vosotros mi amor por los peluches. Hacía mucho tiempo que no sostenía uno entre los brazos, pues todos se han quedado en mi casa de campo del Monte Xalo, pero hoy estuve de un lado para el otro con una foca de peluche que me hizo recordar esa calidez, relajación y dulzura que me transmiten.

Puedo deciros que son un suave antídoto contra la tristeza, la soledad o la melancolía, ya que su presencia da vida y trae al corazón anécdotas de la infancia. Os contaré alguna.


Cuando era muy, muy pequeña, decidí cuál sería mi peluche predilecto, quien poseería parte de mi cama; era un pequeño cerdito rosado al que llamé Orki. A Orki le gustaba escabullirse por las noches y aparecer, a la mañana siguiente, en los lugares más extraños: a mis pies, en el suelo, bajo la cama, en mi frente,... Lo adoraba y, a veces, lo sacaba de casa. Un día tuve que ir al hospital, así que cogí el bus con mi madre y me llevé a Orki para que me diese ánimos, pues estaba algo asustada. En cuanto nos bajamos del vehículo me di cuenta de que mi cerdito se había quedado en el asiento, mas no pude recuperarlo. Lloré mucho en la sala de espera. Un par de días después  mi padre trajo a casa otro peluche igualito a Orki; yo, inmediatamente, pensé que era él, que mi padre lo había rescatado y que, por lo tanto, era un héroe. Sin embargo, me confesó que no, que era otro cerdito de peluche, que Orki había desaparecido para siempre. Me entristecí y tardé muchos días en aceptar al nuevo Orki, pues la espinita seguía clavada en mí. A día de hoy, cuando se lo recuerdo a mis padres, me río y les pregunto por qué no me mintieron para hacerme creer que el nuevo peluche era el que se había extraviado. Supongo que no apreciaron el detalle y pasaron por alto mi sensibilidad de niña (risas). Y, ¡ah!, todavía conservo al cerdito impostor.

La segunda y última historia es más breve; cuando estaba en casa y me aburría de leer o de dibujar, cogía a todos mis peluches y barbies (pues las muñecas bebé no me gustaban en absoluto) y los colocaba en mi cama, la cual se convertía en un barco. Entonces, me inventaba una historia de supervivencia; éramos los piratas/marineros más valientes del océano y teníamos que hacer frente a una terrible tempestad que levantaba olas que caían sobre nuestra cubierta, arrastrando a algunos de los tripulantes (para añadir dramatismo lanzaba algún peluche por el aire). Los más feos se morían; los más bonitos sufrían mucho pero, al final, vivían felices en tierra firme (risas).

Y a vosotros, ¿os gustan los peluches? 






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